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La más grande lacra del fútbol masculino

No son enfermos, son hijos sanos del patriarcado, pronunciaba―entre otras teóricas―la psicóloga argentina Sonia Vaccaro. Y no encuentro una mejor forma de comenzar un artículo complicado, pero necesario. No debería ser sorpresa para nadie la situación de desigualdad en la que vivimos las mujeres. Día a día, los medios se llenan de trágicas noticias sobre la muerte de una de nosotras. Casos que, si bien alcanzan la cobertura mediática cuando llegan al irreversible extremo del feminicidio, no son ajenos en ninguna de sus formas a ninguna de nosotras. 

Gracias a los siglos de lucha tanto silenciosa como activa de nuestras compañeras feministas podemos gozar de derechos y protección legal―necesaria, si bien insuficiente en la actualidad, motivo para seguir luchando por un futuro mejor―que me permiten, entre muchas otras cosas, poder escribir este artículo sin la presencia de un pseudónimo. La lucha incansable de mujeres como Simone de Beauvoir, Angela Davis o Judith Butler trató de, desde distintos puntos de vista y realidades aportar luz a los motivos de la desigualdad de género y soluciones para mitigar la brecha. 

Una de las formas de lucha por parte de las mujeres fue la reapropiación de espacios. Antiguamente lugares de reunión como bares eran relegados al público masculino, viendo a las mujeres como invasoras del territorio. Las universidades, lugares de máximo conocimiento y aprendizaje, eran también relegadas para el género masculino. El arte. La literatura. Poco a poco fueron espacios reapropiados, mas queda una gran asignatura pendiente. Un gran espacio mediático cuya transformación, si bien reciente, es todavía lenta e insuficiente. El fútbol.

Mason Greenwood, jugador del Marsella | Daily Express

De los lamentables Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien pronunciados por la afición del Real Betis hace una década tras la denuncia por malos tratos al jugador a la presencia de Dani Alves en la web del Fútbol Club Barcelona tras haber sido condenado por violación y cumplir condena en prisión, pasando por la convocatoria de Raúl Asencio para la pretemporada con el Real Madrid tras haber salido a la luz un caso de pederastia y violación por parte de canteranos del club en el que está presente; hemos vivido miles de ejemplos lamentables por parte de todos los clubes y aficiones del panorama local e internacional. 

Quizá los casos más mediáticos y lamentables son los de Mason Greenwood y Benjamin Mendy. Si bien no entraré en este artículo a valorar la inocencia o culpabilidad de los jugadores―aunque por parte del primero, existen pruebas gráficas del delito las cuáles son fáciles de encontrar en cualquier red social―, el tratamiento del mundo del fútbol con los casos es absolutamente lamentable y no está a la altura de las circunstancias.

Muchos hablarán de denuncias falsas y de mujeres que buscan el dinero de los futbolistas. Si cualquiera es tan necio como para pensar que la presencia de esos casos es suficiente para cambiar toda la teoría, quizá no debería estar leyendo este artículo. Fuera del odio y de ideas reaccionarias, la realidad es muy distinta. En muchos casos, es tu palabra contra la suya. La palabra de la mujer maltratada contra el futbolista famoso e ídolo de masas. Presunción de inocencia, pero para él, no para ti. El resto de jugadores, staff, fans y resto de personalidades del mundo del fútbol mantienen su boca cerrada. Quizá en ciertos clubes la presión es suficiente para apartar al jugador de la dinámica como fue el caso de Mason Greenwood.

En casos de violencia de género no es ajeno el síndrome de Estocolmo. Las falsas promesas de mejora por parte del abusador o la sensación de culpabilidad por parte de la víctima. Si estos casos ya son comunes en casos no mediáticos entre personas anónimas, por supuesto si se trata de futbolistas la situación es todavía más grave. Y a la que estos casos de síndrome de Estocolmo se producen y los presuntos violadores o abusadores son puestos en libertad debido a la falta de cargos―o debido a su inocencia―, todo el silencio se vuelven palabras.

El lamentable comunicado de Memphis Depay sobre Benjamin Mendy tras su sentencia es el mayor reflejo de este fenómeno. Todos los futbolistas que salieron a defender al francés no hicieron lo mismo con la víctima momentos antes. El neerlandés hablaba del daño producido a su compañero de profesión. Sobre cómo su amigo era un hombre bueno, o eso pudo ver él en una llamada de FaceTime. Sobre quién le devolverá su carrera.

La respuesta es clara, y la frase pronunciada por Sonia Vaccaro presente en el primer párrafo de este artículo no es para nada una casualidad. Para la sociedad, los violadores son los hombres desconocidos que se esconden detrás de un arbusto y atacan a una mujer en la calle. Los maltratadores, hombres siempre violentos cuya agresividad está presente también con sus amigos. Desde el prisma patriarcal, los violadores y maltratadores no son más que personas con problemas psicológicos que no están integrados en la sociedad. Y, por supuesto, desde el prisma capitalista, jamás se trata de hombres con poder. 

Sin embargo, los violadores y maltratadores no son hombres con problemas psicológicos. En muchos casos son padres, hermanos, novios, maridos, amigos, hijos, nietos modelo completamente integrados en la sociedad. No violan o maltratan porque están mal de la cabeza, sino porque el sistema se lo permite. No son enfermos, son hijos sanos del patriarcado. Todas las mujeres conocemos a una víctima, o quizá nosotras mismas lo somos, mas para muchos hombres jamás podrían haber conocido a un agresor. En un debate de tu palabra contra la mía, la sociedad tiende a dudar de las intenciones de la víctima o de su credibilidad para eximir al agresor de sus responsabilidades.

Es cierto que el fútbol no es el único lugar en dónde se perpetúan desigualdades de género. Lo que antes era un absoluto tributo a la masculinidad y un lugar en el que las mujeres no estábamos bienvenidas, ha ido evolucionando a pasos agigantados comparándolo con la situación anterior, y la presencia de los equipos femeninos profesionales aportan luz y esperanza en un fútbol de verdad igualitario. Pero no podemos permitir como aficionadxs que ocurran este tipo de desigualdades y situaciones injustas en nuestros clubes. Debemos proteger y creer a las víctimas en todo momento y realizar presión a los clubes para evitar la presencia de agresores en nuestras plantillas. 

Quizá sólo de esta manera se acabará la más grande lacra del fútbol masculino.



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