Black Lives Matter. La frase que aparecía en las stories de todo el mundo durante los tiempos de pandemia. Todos los jugadores de fútbol empezaron a arrodillarse en contra del racismo, e incluso llegamos a ver celebraciones cómo aquella de Frenkie de Jong y Gini Wijnaldum. Era precioso ver a toda la sociedad―sacando a cuatro reaccionarios―unida para que el mundo cambiase.
Sin embargo, se escuchaba un cierto runrún sobre todo en el territorio nacional. Todos somos conscientes de que no existió un movimiento discriminatorio tan fuerte como el de Estados Unidos en España. Quizá aquí la población racializada nunca bebió de una fuente diferente por su color de piel, ni tuvimos a una Rosa Parks patria ocupando asientos que no dejaban que fuesen ocupados por ella por ser negra. Todos somos capaces de ver cuándo existe una situación discriminatoria en la otra parte del mundo, mas si toca hablar del caso nacional soltamos un tímido a ver, está mal, España no es un país racista.
No voy a empezar sobre lo importante que es escuchar las voces racializadas, pues sólo ellos y ellas conocen con exactitud la discriminación que sufren por su piel. Es cuestión de empatía básica, de ponerse en el lugar del prójimo y reconocer nuestro privilegio. Tampoco ahondaré en el colonialismo y el paternalismo con el que la mayoría del mundo occidental trata al continente africano. Si bien es un tema importante, tampoco creo que una mujer caucásica sea la encargada de divulgar una realidad que no vive.
De lo que sí quiero hablar es de mi deporte favorito. Del fútbol. De cómo está siendo mancillado por aquellos que se creen aficionados. De cómo futbolistas como Nico Williams han tenido que reivindicar en pleno terreno de juego para evitar las burlas y comentarios sobre su color de piel. Quizá desde el privilegio blanco no es tan fácil de ver, pero es suficiente verse un partido de fútbol en un bar para saber que el racismo es un problema estructural.
Si el jugador de tez clara falla un pase, los insultos son otros. Escucharás algún "joder", algún "qué malo es", o algún insulto homófobo si se trata de un jugador cuyo nivel de masculinidad llama la atención de cuatro imbéciles―un melón que abriremos en otro momento―, o quizá algún insulto machista acordándose de la madre o pareja del jugador. Su color de piel es irrelevante a la hora del insulto. Sin embargo, si es el jugador de piel oscura el que falla el pase, no hace falta que reproduzca las palabras que salen por las bocas de más de uno.
Un problema que del bar ha salido al estadio. Cuya relevancia es tal que los jugadores deben convertirse a la vez en activistas. ¿Por qué un jugador de fútbol, que en teoría es un profesional del deporte, tiene que ser el encargado de educar a quién no quiere ser educado?, es una absoluta bomba para la salud mental del jugador, de la familia, y del infante racializado que ve el partido desde la televisión o desde el estadio. Aquellos insultos y palabras denigrantes entran en el imaginario colectivo de toda la sociedad. De generación en generación, no parece haber ninguna repercusión para aquellos que deciden reproducir discursos de odio.
Aquí es dónde entra el caso Vinicius. Sabe Dios que no se trata de un jugador que sea santo de mi devoción. Soy aficionada del Fútbol Club Barcelona, por lo que la simpatía no es exactamente el sentimiento que pasa por mi cabeza si pienso en el jugador brasileño. Sin embargo, sin llegar a valorar su entrevista ni su caso particular, es rompedor ver la actitud con la que algunos aficionados se ven con la potestad de tratarle.
Esto es fútbol. Un deporte en el que siempre ha habido jugadores más y menos provocadores. Jugadores que se encaran a la grada y pierden la cabeza. Jugadores odiados por todas las aficiones, va en la naturaleza de este deporte. Pero en el momento en el que estás pronunciando insultos racistas contra Vinicius, los insultos no sólo van a él. Aunque la intención sea insultar a un jugador que está acabando con tus nervios por su actitud en el campo, la persona realmente dañada es la persona racializada que te lee, te escucha y siente que hay un problema con su color de piel.
Nadie te obliga a que Vinicius Jr sea tu jugador favorito. Ni a que dejes de criticar su actitud si sientes que es criticable. Solo que antes de decir un insulto, pienses dos veces si de verdad vale la pena ofender a un colectivo que ya está siendo discriminado por un cabreo en nombre del fútbol. Si de verdad lo primero que sale por tu boca al ver a una persona racializada actuar mal es centrarte en su color de piel y no en sus acciones, deberías hacerte mirar tus ideales.
No es una cuestión de fútbol, es de derechos humanos. Y nadie debe ser discriminado por la cantidad de melanina que tenga en su piel. Black Lives Matter.
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