Me gustaría empezar esta carta hablando de una experiencia personal. Corría el año 2022, y mi único viaje a Londres hasta la fecha, motivado por mi madre y su obsesión porque su hija, a punto de ser licenciada en Educación Primaria, pudiese practicar su inglés con personas angloparlantes. Entre todos los monumentos de Londres que merecen recibir una visita en la popular ciudad inglesa, quizá mi corazón friki con el fútbol encontraba en el Emirates Stadium su parada favorita.
Nada más sacar los billetes de avión me aventuré a sacar las entradas de un Arsenal Women - Manchester United Women. Por fin iba a ver al equipo que llevaba meses siguiendo. Puede parecer extraño que yo, una chica gallega, haya tenido tal nivel de implicación emocional con un club londinense. Supongo que las historias sobre Thierry Henry y Cesc Fábregas despertaron algo en la mini yo que años después se materializó en tenerle cierto cariño al club en el que jugaron dos de mis jugadores favoritos históricos.
Recuerdo la ilusión cuando puse un pie en el estadio. A mi madre diciéndome "qué grande y qué bonito", mi emoción al ver que en los baños del estadio había varias compresas con el eslogan we believe you should not pay for these products, el señor inglés que no paraba de gritar Go, Gunners! en mi oído. Si cierro los ojos todavía siento el bullicio del estadio y una lágrima sale por mis ojos al recordar el North London Forever. A pesar de que el resultado fue desastroso, guardo un gran recuerdo del que es mi segundo club, y del que fue mi primer partido de fútbol femenino en vivo y en directo.
Después de ese momento el cariño que le guardo al club no paró de ascender. Tanto en su sección femenina como masculina celebré sus éxitos y lloré sus fracasos. Celebré el fichaje de Declan Rice o el de Alessia Russo. Maldecí a la mala suerte que tuvo con las lesiones el conjunto de Arteta, y me quejé en esta misma página de la mala gestión de Jonas Eidevall. Siempre desde el respeto y desde el cariño. Siempre desde una postura deconstruida del fútbol, con mis ideales por bandera.
Quizá por eso mismo las noticias sobre Thomas Partey fueron una gran sorpresa. No por su postura de poder, o por el hecho de que no crea los testimonios de sus víctimas. Al contrario. Sino porque, como mujer y gooner, me espero algo significantemente mejor para el club que amo. El silencio absoluto de los medios y los aficionados del club, la postura del míster hablando sobre lo mal que lo ha pasado el jugador ghanés—¿y sus víctimas qué, Mikel?—son una absoluta lacra que hace que un club que farda de valores quede muy retratado, y tanto las trabajadoras del club, como las jugadoras y las aficionadas quedemos desprotegidas y humilladas.
Esto es una vergüenza. Una vergüenza porque de nada sirve abrir el Emirates para partidos de fútbol femenino si sigues empleando a un violador. De nada sirve ponerse la etiqueta de feminista si faltas al respeto a las víctimas de una agresión sexual de esta manera. Es absolutamente repulsivo ignorar la situación y no tomar cartas. Es tarde, pero debe hacerse.
Thomas Partey no debe volver a vestir la camiseta del Arsenal.
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